miércoles, 30 de enero de 2008

Fanáticas de Ricardo Arjona: hay que matarlas a todas


Hoy se da por terminada la encuesta de este blog que preguntaba, si hay que matarlos a todos, por quiénes habría que empezar.

Y lo que el pueblo (?) decidió es arrancar por las fanáticas de Ricardo Arjona, con un 18% de votos.

Ahí nomás, compartiendo el segundo puesto, quedaron tres opciones con el 16%: abogados, periodistas deportivos y participantes de Gran Hermano.

En la tercera ubicación, aparecen los jefes, con el 14%. Y en la quinta, los panelistas de programas de televisión comparten lugar con las histéricas, con el 6%.

Abajo de todo, y sin mayor riesgo de ser sometidos a la justicia por mano propia de la criollada (?), quedaron los chetos con el 3% de los votos y los testigos de Jehová con el 2%.

Ya está on line la nueva encuesta de El blog de P. S. Kluivert que pregunta, fiel a su estilo de blog de actualidad (?), cuál es la mejor localidad de nuestra Costa Atlántica.

jueves, 24 de enero de 2008

Gracias por existir


Y para terminar con "La semana de Perón", transcribo un fragmento del general hablando de cómo empezó su relación con Evita, porque a fin de cuentas, como canta Ricardo, todo es en vano si no hay amor, compañeros (?).

La conocí entre las locuras del terremoto de San Juan. Un sábado sucedió la catástrofe, el 15 de enero de 1994. Al día siguiente, movilicé al país entero en auxilio de la ciudad devastada. Mi oficina de había convertido entonces en un poderoso ministerio. Yo era el Secretario de Trabajo y Previsión.

Despaché aviones y trenes de ayuda, fleté camiones con víveres y carpas, organicé comisiones de beneficencia que recorrieron el país en busca de fondos. Era una terrible desgracia. Entre las ruinas, quedaron ocho mil muertos.

Los artistas de ofrecieron a colaborar desde el principio. Muchos, sólo para hacer pinta. Otros, sinceramente, se quedaron a trabajar. Eva fue la más fervorosa. Al sábado siguiente del terremoto, hubo en el Luna Park un festival a beneficio de las víctimas. Alguien la sentó a mi lado. Ella me clavó los ojos castaños, profundos, y con dulzura me dijo:
--Coronel...
--¿Qué hija?
--Gracias por existir.

Gracias por existir. Esa frase me desbarató el alma. Yo quería seguir hablando con ella, pero los agitaciones del momento no me lo permitían. Por primera vez la miré, intensamente. En el escenario, Libertad Lamarque cantaba “Madreselva”. Eva era pálida y nerviosa. Vivía despierta, en tensión. Me impresionaron sus manos, finas, ahusadas. Sus pies eran iguales, como una filigrana. Tenía los cabellos largos y los ojos febriles. De figura no estaba bien: era una de las típicas criollas flacas, con las piernas derechas y los tobillos gruesos. No fue su físico lo que me atrajo. Fue su bondad.

Le pregunté dónde trabajaba.
--En la radio de Yankelevich. Radio Belgrano.

(...) A la semana siguiente me di una vuelta por la radio. Llamé a las revistas y pedí que nos sacaran algunas fotos juntos. El ruso Yankelevich no la trataba bien, y yo quería darle a entender que, si se pasaba de vivo, tendría que vérselas conmigo.

Evita se mostró de los más agradecida. Vino a verme a la Secretaría de Trabajo, para seguir colaborando con las víctimas de San Juan. Le di carta blanca. Ella tomó entonces un avión ambulancia, recorrió la ciudad destruida, y volvió de allá con una lista de necesidades que satisfice de inmediato.

Era tan inteligente y sensible que no podía quitármela de la cabeza. Irradiaba la fuerza de una catarata. Ni entre los hombres que me secundaban hubo alguno que la igualase.

(...) Al poco tiempo de conocernos, ya no había para qué simular. Nos fuimos a vivir juntos. Ramírez había fracasado y tuve que poner a Farrell en su lugar. Como el ejército no confiaba mucho en la lumbrera del nuevo jefe, me obligó a que aceptase yo la vicepresidencia de la República y el Ministerio de Guerra. A mí me interesaba más la Secretaría de Trabajo, y también me quedé con eso.

Pronto, la envidia nos clavó las garras. Los militares se asustan cuando ven una falda suelta. Quieren a las mujeres atadas y con la pata quebrada. Eva no era de esas. Me vinieron con planteos zonzos. Que un militar de mis kilates no podía enredarse con una bataclana. Y me llenaron la cabeza de chismes sucios. Los tuve que parar en seco. Un día los reuní en el Ministerio y les dije: “No soy un hipócrita. Siempre me han gustado las mujeres y me seguirán gustando. No veo en qué consiste la inmoralidad. ¡Lo inmoral sería que me gustaran los hombres!”.

Sobre la historia

Repaso un fragmento más de La novela de Perón.

Juan Domingo revisaba los apuntes de sus memorias junto a López Rega. Y en un momento, su secretario le advirtió que algo que habían escrito era falso, que entraba en contradicción con los sucesos reales. Perón, entonces, le contestó que eso no importaba y que lo dejaran tal como estaba, que esa era su voluntad. Y remató diciendo: "La historia es una puta, López. Se queda con el que paga más".

lunes, 21 de enero de 2008

La novela de Perón

Completé la lectura de La novela de Perón, de Tomás Eloy Martínez.

Este libro, que no es el único que el autor dedicó a Juan Domingo, repasa la vida de Perón desde su infancia hasta su muerte, mostrando no sólo los sucesos de dominio público de la vida del general sino también anécdotas y aspectos de su intimidad. Así, leer La novela de Perón me sirvió, por un lado, para enterarme de buena parte de nuestra historia, que ignoraba, y por otro lado, para conocer cómo era ese hombre que tanto incidió en Argentina.

Además de recomendar su lectura, a lo largo de esta semana voy a compartir con quien lea un par de fragmentos del libro, dando nacimiento, de este modo, a lo que titulé "La semana de Perón".

Arranco con Una sentencia genial, que está debajo de esta entrada.

Una sentencia genial

Dialogan Perón y Cámpora, en Madrid, en la víspera del retorno de Juan Domingo a Argentina.

--¿Y la doctrina peronista? ¿Ha seguido rezándola todas las noches?
--No he faltado ni una, mi general, salvo cuando nos llevaron a las cárceles del sur y los de la revolución libertadora nos leían, hasta durmiendo, el movimiento de los labios. A la doctrina peronista me la sé al derecho y al revés.
--Eso es malo, Cámpora. Que algunos de sus muchachos se confunden y la dicen al revés. Siéntese aquí. Abra esos rollos. Los ejercicios nemotécnicos. ¿Qué ve?
--Una cara, mi general. Creo que es la cara de Figuerola. Lluviosa, como en el cine. Y una leyenda debajo. Sí, es él: “El pueblo jamás se olvidará de Perón no porque gobernó bien, sino por los otros gobernaron peor. Firmado: José Miguel Figuerola”.
El general suelta el corcovo de una carcajada.
--Es una sentencia genial. ¿Tiene presente a Figuerola?
--Cómo no tenerlo, señor. El gallego. Era una lumbrera.
--El mejor estadígrafo del mundo. Inventó el Plan Quinquenal, los Rollos de la Memoria, un Dado que adivinaba revoluciones, el Nuevo Almanaque de Fiestas Patrias, el Bolillero de Ascensos Militares. Si lo hubiese mantenido a mi lado, a mí no me volteaba nadie...
--Tal cual, mi general. Coincido en todo. Jamás olvidaré los esfuerzos que Figuerola hizo para disimular el acento cuando leyó el Plan Quinquenal en el Congreso.

Luego, Perón somete a Cámpora, que en ese entonces era el presidente de Argentina, a recitar de memoria los preceptos de la doctrina peronista, cosa que cumple a la perfección.
En particular, Juan Domingo le dice que para un representante de él, como es el caso de Cámpora, los más importantes son el primero y el dieciséis: “Nuestro partido en un partido de masas, unión indestructible de argentinos, que actúa como institución dispuesta a sacrificarlo todo con el fin de ser útil al general Perón” y “El general Perón es el jefe supremo. Inspirador, creador, realizador y conductor. Puede modificar o anular decisiones de las autoridades partidarias, como así también inspeccionarlas, intervenirlas o sustituirlas”.

--A sus muchachos recuérdeles el setenta y siete.
--Es el que más vivo tengo, mi general.

Precepto diecisiete de la doctrina peronista: “En toda circunstancia un peronista debe sostener que cada decisión de un gobierno peronista es la mejor. No admitirá jamás la menor crítica ni habrá de tolerar la menor duda”.

--¿Siente la diferencia de estilo? Los otros son de Figueroa, un civil. Este último sólo puede ser obra de un militar. Es mío. Preste atención, Cámpora. Antes que nos perdamos de vista en Buenos Aires...
--¿Cómo puede suponer eso, señor? Iré a verlo todos los días. Estaré disponible para usted las veinticuatro horas...
--Pero yo no sé si estaré disponible. Me llevo muchos temas para pensar...
--¿No querrá dejarme solo con el gobierno, mi general? Si usted renuncia al poder, renuncio yo también.
Perón observa con desconcierto al presidente. No puede comprender que él no comprenda.
--¿Cómo se le ocurre, hombre? No podría renunciar, aunque quisiera. Llevo el poder conmigo, como estas piernas. Atiéndame tranquilo. Mándele a hacer un documento a Figuerola.
--Sí, señor.
--Y que debajo pongan: “El mejor estadígrafo del mundo. No porque fuera bueno, sino porque los otros eran peores”. Anótelo.
--Ya, señor. Haré que así lo graben en el mármol.

miércoles, 16 de enero de 2008

Header y banner

Mi amigo Pablo hizo el banner que está a la izquierda de estas palabras. Me gustó muchísimo y se lo agradecí mil veces. Si algún enfermo (?) tiene ganas de promocionar este blog y quiere el banner, me lo pide por e-mail que con todo gusto se lo paso, junto a mil agradecimientos más.

Actualización (?): ahora además de banner, el blog también tiene header. Y todo, nuevamente, gracias a Pablo. Por favor, no dejen de comprarle una remera, como haré yo en lo inmediato (?).

Ahora sí que El blog de P. S. Kluivert se va pa arriba (?).

Nota de crédito

Con el paso del tiempo, en mi trabajo, aprendí a agarrarle cierto gusto a hacer una factura, un recibo y un remito. En algún punto, es como volver al colegio y hacer algo de Contabilidad, que no me aburría tanto como la mayoría de las materias.

Pero hay algo del proceso administrativo que siempre superó mi pobre intelecto: las notas de crédito y de débito. ¡Ah, las odio!

Y justo hoy me tocó lidiar con una nota de crédito, que encima era por una bocha de mercadería. Paso a paso y pidiendo ayuda, la menos posible para no molestar, fui haciendo la temible operación en el sistema de facturación. Y cuando la terminé y se la mostré a mi jefe, me marcó como cinco errores. Había que hacer todo de nuevo. ¡Será de Dios!

Embroncado, le avisé a la clienta de la situación y que tendría que esperar un poco más, pidiéndole disculpas también por el error. No me estaba esperando en persona; charlamos por messenger. Y su respuesta fue que no me preocupe, que suele pasar y que "es importante saber que el que no se equivoca es porque no hace".

De inmediato, la recibí como una frase hecha, de esas que vienen en sobrecitos de azúcar y la rechacé. Pero instantes después, me dije que era cierta e incluso de verdad que abarca a la vida toda.

Le contesté que tenía razón y que me guardaba su frase. Y ahora la comparto acá, con el amigazo que lea.