Ayer, precisamente, se me cayó una moneda de $ 0,10 mientras pagaba el boleto del bondi de regreso a mi hogar, y una chica, que viajaba sentada debajo de la máquina, intentó recogerla con particular esfuerzo, aunque no lo consiguió. Era de noche, no conseguí seguir la moneda con la vista, así que la di por perdida enseguida no sin agradecerle a la joven, una morocha de sonrisa fácil, por su buena intención.
Media hora después, ya cerca de mi destino, la chica, ya levantada de su lugar y enfilando hacia la puerta para bajarse, se acercó a mí y con una risa me entregó la moneda que habíamos dado por perdida. Le agradecí mucho y la seguí con la mirada. Abajo, en la parada, la esperaba el que parecía su papá.
Me hubiese gustado abrazarla y darle las gracias, no por la monedita sino porque cuando vivo situaciones como estas, recupero esa sensación de amor sincero por el prójimo y me siento bien, como antes, cuando tenía un par de años menos y sentía que amaba a todo el mundo. Ya dije arriba que soy un idiota.
Kluivert