lunes, 31 de marzo de 2008

Rancho aparte

Mercedes Scápola, Luz Palazón y Leandro Castello.


El sábado tuve la suerte de ir al cine y ver Rancho aparte.

La película, nacional, está protagonizada por Leandro Castello, Luz Palazón y Mercedes Scápola y fue dirigida y guionada por Edi Flehner a partir de una obra de teatro de Julio Chávez.

En ella se muestra la historia de un hombre de campo, Tulio, y su sobrina, Susana, que viajan a Barrio Norte para pedirle hogar a la hermana de él, Clara, puesto que perdieron el rancho en el que vivían.

Agrego, a pesar de no ser doctorado en la materia, que las actuaciones de Castello, Palazón y Scápola me resultaron sobresalientes; entre otras cosas, me permitieron reír a carcajadas en el cine, cosa que no sé cuándo había hecho por última vez.

Además, y por último, el modo de contar la historia de la película también me pareció perfecto, tanto por el ritmo como por la sucesión de los hechos.

Calificación de El blog de P. S. Kluivert: Excelente.

Ficha técnica y crítica recomendada, a cargo de Claudio Minghetti para La Nación, acá.

viernes, 28 de marzo de 2008

Contactos


Tal como lo contó hace unos días mi compañero Murdock, conseguir monedas está difícil. Pero no es mi intención hacer una disertación sobre esta problemática, como él bien hizo, sino simplemente referir una situación que viví al respecto.

Al igual que muchas personas, viajo a diario en colectivo, y como precisamente tener monedas para pagarlo no es fácil, suelo ir al banco para que no me falten. Ahora bien: si yo voy al banco y las pido, me cambian lo que corresponde según lo establecido previamente por los responsables de la entidad bancaria, que por lo general es $ 20 como mucho. Hubo una ocasión en la que me tocaron $ 4 y también más de una en las que directamente no me dieron.

Pero si la que va es mi compañera de trabajo, que está en la parte de administración y es cara conocida para los cajeros de los diferentes bancos que usa la empresa, consigue mínimo $ 60, gracias a sus contactos, tal como ella lo cuenta con jactancia expresa en su sonrisa.

Obviamente, con el paso del tiempo terminé optando por dejar de ir y pedirle a ella que lo haga, ya que con gentileza y también no sin alardear de sus benditos contactos, se ofreció. Y, además, me ahorro el trámite.

Pareciera que, en temas como este, el tema de los contactos es como la billetera en el amor. Los contactos le ganan a la justicia así como la billetera mata al galán.

Quisiera creer que en otro lugar, en otro país, si existiera una norma que dijera que a cada persona que pida monedas le tocan $ 10, sea así para cada persona sin importar si es amigo, hermano, primo, amante o lo que fuera del responsable de repartirlas, porque si así fuera me daría esperanzas de creer que algún día así también será acá.

miércoles, 26 de marzo de 2008

El profesor R. L.


Tengo la suerte de ser alumno del profesor R. L., que no sólo es un libro abierto en lo suyo sino que además es un auténtico personaje. Y, se nota, buena persona.

El profesor R. L. nació en 1953, según contó hace poco en una de sus clases. Viste de modo correcto, a pesar que algunas prendas le queden muy justas, sobre todo en la parte de su abultada panza. Es canoso y usa anteojos. Habla despacio y siempre tiene una actitud reflexiva. Le gusta escuchar. Merece respeto, al menos el mío. A veces pareciera el prototipo de abuelo bueno de un cuento, sabio y comprensivo, noble.

Pocas veces realiza una oratoria de su clase sin intercalar en ella una anécdota, una nota de color, que se sale de lo académico aunque no por completo y que resulta graciosa, rica, interesante. Esta característica de él es una de las que más me gustan, sobre todo teniendo en cuenta que dicta una materia difícil, así que con su modo hace las cosas menos dramáticas y más llevaderas.

Hay otro carácter de él que destaco cuando lo pienso y es la vocación con que ejerce su oficio de profesor. Realmente, cumple con eso de ir al paso del más lento; jamás dejará a alguien sin entender algo aunque tenga que repetir la explicación o buscarle variantes a la misma con tal de conseguir el objetivo, que es que sus alumnos aprendamos. Llega puntual y jamás falta. De hecho, no se le conocieron ausencias el año pasado.

Una anécdota sola bastará para terminar con la argumentación sobre este segundo punto acerca de él: en una clase del año pasado, de repente se cortó la luz. No se veía un pomo, ya que las clases son de noche. Y el profesor R. L. llamó a la tranquilidad, dijo que la luz volvería y continuó, con el aula a oscuras, con lo que estaba diciendo, que en este caso no hacía estrictamente a la materia, puesto que estaba comentando que se encontró unos libros en un tacho de basura y los rescató y los estaba leyendo uno a uno.

A lo largo de mi andar estudiantil, he tenido profesores memorables, que recuerdo con simpatía y cariño. También tuve de los otros, para los que tengo odio e insultos. Haberme encontrado, en etapa terciaria, al profesor R. L. es un giro del destino que agradezco profundamente, ya que ir a sus clases, por primera vez en mi vida, me hace sentir eso de ir con sincera alegría, a pesar del cansancio del trabajo, a aprender.

miércoles, 19 de marzo de 2008

¿Cómo se usa la esponja para lavar los platos?

Hace unos días vi a una compañera de trabajo lavando el plato y los cubiertos que usó para almorzar y noté que para hacerlo usa la parte amarilla de la esponja. No es la primera persona que veo que procede de ese modo. Yo siempre usé la parte verde, porque entiendo que tiene una estructura especial ideada para lavar los cacharros.

¿Qué onda? ¿He vivido equivocado? ¿Todo lo que me enseñaron mis padres al respecto era una mentira, tal vez intencional por motivos siniestros? ¿Algún especialista que pueda aportar la realidad sobre este asunto, si es que la misma existe? ¿Casos y experiencias personales? Toda la entrada con (?) por supuesto.

lunes, 17 de marzo de 2008

Un viaje de mierda (?)


Para el viaje de regreso de mis vacaciones saqué pasajes para ir en el piso de abajo del micro porque, según escuché, ahí se está más seguro que arriba, teniendo en cuenta un eventual accidente.

Después de la experiencia que viví, agrego una apostilla más sobre el tema: viajar abajo en los micros, no obtante la seguridad, puede implicar estar al lado del baño, como me pasó a mí, con consecuencias horroríficas.

Apenas a los veinte minutos de viaje, una mujer de unos cincuenta años, rubia y de pantolones rosas, bajó hacia el baño y, antes de ingresar al mismo, con cara de sufrimiento, le comentó a las señoras que iban en los asientos atrás de los que estaba yo: "Ah, no hay caso, esto de viajar en micro me mata, me hace muy mal".

Y a los pocos segundos, se empezó a sentir la peor de las fragancias a mierda que jamás se haya olido. Repulsiva, vomitiva, caliente, derretida, inmortal.

Afortunadamente, el micro tenía ventanillas, así que abrí una y la situación mejoró bastante. Las señoras que iban atrás de mí me agradecieron.
Y mientras estiraba el cogote hacia el aire, que entraba como un huracán (?) por la ventanilla, salió la mujer del baño y se esfumó hacia su asiento en el piso de arriba, lejos de la inmundicia que había dejado abajo.

Al rato vino uno de los choferes, diciendo que sentían el olor desde la cabina; vistiéndose de héroe, entró al lugar de los hechos para estudiar los daños y, luego de traer las herramientas necesarias, limpiarlo. Según contó después, la mujer había hecho en todas partes menos en el inodoro.

A todos nos puede pasar, creo, y por desgraciarse en un viaje no se la puede culpar. Sin embargo, hacer fuera del inodoro ya es un exceso injustificable, digno de una persona que, como mínimo, no tiene códigos.

Odio a los que se van de viaje y, cuando vuelven, se ponen como nick de su messenger su nombre y al lado "en Baires"